El dulce olor a pay de manzana inundaba por completo la cafetería, que estaba llena a rebosar de trabajadores de todas clases: doctores, investigadores, secretarios, archivistas, e incluso conserjes. Lo que todos compartían en común era trabajar en la Base de Biopeligros #32, apodada cariñosamente como "Tres En Raya".
Bueno, también los unía el hambre que los había llevado a la cafetería.
La Dra. Tania Muzz y su pareja se hallaban en una mesa apartada de los demás, ingiriendo sus alimentos lentamente; aunque, más que hacerlo para disfrutar cada bocado, lo hacían porque el almuerzo no era su preocupación en este momento.
—El tiempo se agota, Ayfara. —dijo Tania, moviendo su pierna derecha con nerviosa insistencia.
—Lo sé —respondió la mujer—. Lo sé muy bien.
Tania guardó silencio mientras miraba a su enamorada comer de su plato de jambalaya, esperando en vano e impacientemente a que dijera algo más.
—…no vas a cambiar de opinión, ¿verdad?
Ayfara dejó de masticar súbitamente, con la mirada perdida en la nada. Parecía que diría algo, pero… continuó comiendo, evitando el responder y ver a Tania a los ojos.
—¡Ayfara!
—Es la única manera fiable.
Tania hizo una mueca de dolor mientras hacía un esfuerzo inhumano por no llorar.
—Mi organización tiene recursos, tecnología, personal… armamento—respondió, con la voz quebrada—. Podemos solucionar esto, podemos…
Ayfara simplemente se limitó a cerrar los ojos y negar con la cabeza mientras Tania intentaba inútilmente convencerla.
—Por favor, no lo hagas. No tienes… tú… N-no tienes que hacer esto.
—Tania…
—Te lo suplico.
—Intentamos hacerlo de otra manera y fracasamos de manera catasfrófica. Las consecuencias fueron terribles. No quiero que pase de nuevo. Nunca más.
—Ayfara… eso fue hace más de doscientos años. Las cosas son diferentes ahora. Muy diferentes.
—Y sin embargo, hay cosas que nunca cambian.
—Como el amor…
—Códices, masacres, ceremonias. Todo se hace con un propósito, ocurre por una razón, y se decide por una causa. Lo que nuestros antepasados sabiamente escribieron es inapelable y verídico. Hay cosas que nunca cambian y me temo que esta es una de ellas.
—Eso mismo se decía de volar; que no sería posible hasta dentro de millones de años y mira tú ahora.
—Tania, por favor, detente.
Ambas guardaron silencio por unos segundos, volteando a la ventana y observando el cálido día soleado en Piedemonte de Colorado. En cualquier otra situación el paisaje habría sido suficiente para hacerlas disfrutar de un momento en silencio, pero las cosas habían cambiado esta vez.
Prontamente, Tania rompió el silencio.
—Si no lo hicieras y nos dejaras a nosotros arreglarlo a nuestra manera… quizá podríamos tener el mundo.
—No podríamos.
—Podríamos hacer lo que quisiéramos.
—No, no podríamos.
—Podríamos ir a donde quisiéramos. Piénsalo. Solo… solo tienes que permitirte vivir.
—No. No puedo. La decisión ya no depende de mí. Nunca dependió de mí.
—Si dejo que te aparten de mi lado… nunca más te volveré a tener.
—Si no lo hago… no quiero siquiera imaginarlo.
Tania tomó las manos de Ayfara y las apretó fuertemente, sin saber si tendría otra oportunidad de hacerlo.
—Mírame. No tienes que hacerlo. Te prometo que no. B-buscaremos una solución. Podemos encontrar a alguien más, o desarrollar un método, o…
—Tania, basta. Soy una Rikildeta de sangre, y la última Merhilda de Santa Rolos. Yo tengo que hacer esto.
—Eres mucho más que un linaje y una posición política. Eres muchas cosas, Ayfara. Eres una cocinera excepcional, una grandiosa jugadora de backgammon, una pintora prometedora, una muy dulce persona, y… por sobre todas las cosas… eres… el amor de mi vida.
Los ojos de Ayfara se llenaron de lágrimas. Ella naturalmente quería seguir con su vida junto a su enamorada, olvidar su deber y ser tan libre como pudiera llegar a ser. Pero la decisión estaba hecha, y desafortunadamente habían más cosas en juego que un romance.
Pasaron los días, pasaron las semanas. Cuando hubo pasado un mes, Ayfara fue convocada por el Dr. Jay Muzz, líder del Proyecto ODAS III-1, a una pequeña edificación en medio de la nada. Aquel terrible y jubiloso día que ambas tanto temían había llegado.
Tania se hallaba en el atrio junto a su padre, quien no se había atrevido a decir una sola palabra. Si bien él solo se había encargado de coordinar el proyecto de restauración, investigación y análisis de escrituras aventrínicas, se sentía incomprensiblemente responsable por el dolor de su hija. Sabía que no había otra manera, pero entendía perfectamente por lo que ella estaba pasando.
Él, mejor que nadie, conocía lo que era el amor en los tiempos de la Agencia. Era más común de lo que él quisiera ver a parejas separadas por eventos catastróficos, cortadas por su propia organización, o destruidas por asuntos mundanos que solo eran empeorados por todo lo que este trabajo conlleva. Incluso con su experiencia en el campo, le era difícil afrontar la muerte de quien fuere su primo y asesorado, y no podía concebir lo que su hija debería sentir por alguien a quien amaba con todo el corazón.
El Dr. Muzz observó en silencio a su hija llorar, abrazar y besar a la Traidora de Su Majestad sin poder evitar verse a sí mismo reflejado en ella, y deseó con toda su alma poder hacer algo para aliviar el sufrimiento que brotaría luego de este evento. Pero una figura imponente lo distrajo de sus pensamientos y lo trajo de vuelta a la realidad.
El Adalid Rubriquista, vestido con largos y obscuros ropajes que ocultaban su identidad, se acercó a la joven elegida y, con una voz tan grave como solemne e intimidante, pronunció la única frase que ella debía escuchar.
—Es hora.
Prontamente, Ayfara se despidió afligidamente de quien pudo haber llegado a ser su esposa, mientras diez puntas de lanza se hallaban rodeando sus pulmones en todo momento. Miró con dolor a su amada por última vez mientras se adentraba en el ábside, del cual comenzaba a emanar un humo notablemente negro y espeso que amenazaba con cubrir la habitación entera.
Todo empezaría y terminaría pronto.
Ayfara dio un suspiro que resonaba con los ecos de todos sus ancestros, tanto aquellos que habían vivido como aquellos que habian sido martirizados. La Emperatriz de Ningún Lugar finalmente sería aniquilada, el mundo salvado una vez más, y la historia seguiría su curso, sin saber que la normalidad de la que gozarían se debería a la misión de una una simple joven.
Una joven que amó tanto al mundo que se entregó a sí misma para que todo aquel que habite en él no perezca, mas tenga otra oportunidad de ver el Sol un día más; aún si haya tenido que romper el corazón de aquella quien la amó de la misma manera.