—De verdad me enfermas… Como finges amarla…
En el despacho de la oficina de la gran general de La sacra concejalía de Velat se encontraba una joven recluta, llevaba una caja de chicles de cerezo junto a un ramo de flores marchitas, sus ojos rebosaban de expectación mientras miraba a Sornrose su comandante esperando una respuesta.
—No entiendo, Slemf —exclamó mientras entre cerraba los ojos observando a su amante.
—Ya sabes, mañana es el día de amor de los príncipes, pensé que podíamos salir junta…
Sornrose golpeo su escritorio interrumpiendo a Slemf, esta última agacho la cabeza ante la desaprobación de su comandante, habían pasado 4 meses desde que ella empezó a trabajar con la gran general de la nación desde el primer día ella le empezó a coquetear y lentamente se hicieron amantes.
Slemf sabía que ella estaba comprometida con la sumo sacerdotisa, pero había algo en sus caricias, en sus besos, en su mirada deseosa que parecía que había algo más que simple deseo carnal, pero la pobre Slemf jamás imaginó hasta qué punto llegaría el gran defecto de su comandante.
—Slemf sabes perfectamente que mañana las parejas se reúnen y por donde yo veo nosotras no somos nada de eso.
—Pero Sorn… Pasamos los cuatro meses actuando como pérdidas enamoradas, ¿Nada de eso significo para ti?
Sornrose suspiro llevo su callosa mano hasta su frente donde empezó a frotarla, las imágenes de ambas compartiendo momentos juntas llenaron su mente, la vez que ella se quedó una semana cuidándola porque se lastimó en el entrenamiento, cuando pasearon por el bosque de Narciusus y cuando compartían intimidad mutuamente.
La respiración de la comandante se empezó a intensificar, su ira lentamente creció en su interior ante la situación incómoda causada por su deseo.
—Esto me pasa por no ir con una ramera, nada de esto hubiera pasado si no tuvieras un buen cuerpo—comentó irritada Sornrose.
Slemf no pudo aceptar los comentarios de la persona que amaba, dentro de sí negaba las palabras de su comandante.
—No lo dices en serio, verdad cariño? -Pero no hubo respuesta.
—Lo siento, Sorn no quise molestarte. —Tan poco hubo nada.
—Por favor… hablame —exclamó mientras las lágrimas empezaron a gotear de sus ojos.
La comandante miraba la palma que cubría su cabeza, intentaba calmarse, pero las constantes palabras de su amante la irritaba aún más, ella no podía entender por qué esta recluta se enamoró de ella si tan solo compartieron unos cuantos momentos, contados con la palma de su mano.
En su mente intentaba buscar una respuesta hasta que la obtuvo de la peor forma.
—Ya lo olvidaste ¿verdad?, no recuerdas lo que le prometiste…
En ese momento Sornrose recordó cuando fue la primera vez que la vio, había ido a al segundo entierro del abuelo de Slemf, era un soldado de élite por lo que su asistencia fue más por modales que verdadero interés, pero cuando se alejó para distraerse encontró llorando a Slemf, estaba allí sentada mientras intentaba contener sus lágrimas lejos de la ceremonia.
—La miraste vulnerable y te aprovechaste de ella
Sornrose apretó los dientes mientras intentaba reprimir el recuerdo.
—Cállate, eso no fue lo que pasó —intentó justificarse.
Lentamente las imágenes de ella sirviendo como el brazo de donde apoyar las penas de la pobre recluta cruzaron su mente, la promesa de protección que le hizo, los momentos donde aprovechó su vulnerabilidad, pero Sornrose siguió negándose hasta que sus pensamientos se volvieron palabras.
—Cállate maldita basura, tú no eres nada, solo eres una maldita ilusión que yo cree.
La habitación fue testigo de cómo la gran general el orgullo militar de Velat arremetía contra su amante.
Sornrose al darse cuenta alejó su mano de sus ojos y vio como Slemf lloraba mientras dejaba caer los regalos de sus manos, Sornrose trato de decir algo, pero Slemf salió de la habitación con prisa mientras sus sollozos resonaban por los pasillos.
Era de noche y Sornrose caminaba por los silenciosos pasillos, su mente cargada de la intensidad que experimentó en su oficina la abrumaba, sabía que actuó mal y por ello quería compensarlo.
La busco desesperadamente tras el incidente mientras cargaba con los regalos que recibió del día, pero cuando se llegó a la puerta de su habitación se detuvo dudo si lo que estaba haciendo estaba bien o mal, se quedó varios minutos observando la madera de la puerta.
Finalmente se armó de valor reconociendo que actuó mal, decidida entró a la habitación.
—Franwyn… —llamó a la dueña de su corazón, a su lugar seguro.
—¡Cariño, regresaste! —La suma sacerdotisa se levantó de su asiento mientras corría para abrazar a su esposa.
En ese abrazo Sornrose sintió la luz que emanaba su esposa, su afecto, su amor, su desconocimiento.
—Te traje esto, cariño. —Mientras apartaba a su esposa le enseñó una caja de chicles de cerezo junto a un ramo de flores marchitas que había traído.
—No… No puede ser chicles de cerezo, ¿Cómo los conseguiste?, en las tiendas se agotaron semanas antes —Habló con intriga Franwyn.
—Hice una larga cola para conseguirlos, lo mejor para la mejor esposa del mundo.
Franwyn feliz ante la respuesta de su esposa, le dio un beso en la mejilla, juntas compartieron un mismo momento de felicidad en su relación, pero con sentimientos diferentes, una sentía amor incondicional por su pareja mientras la otra sentía alivio al ocultar sus pecados en el gran afecto de su esposa.
—De verdad me enferma… Ver como sigues engañándote…