Lo primero que vemos al despertar es el primer estímulo que nuestra mente recibe después del letargo, en gran parte de mi vida lo que siempre veía eran los camarotes de los soldados.
Si me asomaba a mis costados divisaba una larga habitación donde se encontraban repartidos los camarotes del resto, a veces se encontraban dormidos, a veces despiertos, en muy raras ocasiones los encontraba mirándome, eran rápidos para apartar su mirada en cuanto la sentía aun así por instantes podía ver sus ojos, las emociones que reflejaban.
Envidia o pena, era lo que siempre encontraba en sus miradas, la envidia era un sentimiento normal para alguien de mi cargo, aunque la pena por otro lado…
¿Por qué alguien sentiría pena por mí?
—Despierta…
Esa cálida voz, era la voz de mi amada.
Nos encontrábamos en una colina, parte del gran prado que actuaba como parque el cual se conectaba con la salida de un recinto religioso que ella solía frecuentar, aquel sitio era de los pocos lugares donde nos gustaba pasar el rato.
El ambiente era fresco gracias a la sombra de un árbol que nos acogía, ella se encontraba sentada mientras acariciaba mi cabeza con suavidad, yo solo me encontraba reposando en su regazo, al abrir mis ojos nuestras miradas se cruzaron.
Sus verdes ojos siempre fueron un tesoro para mi vista, en esta ocasión no eran la excepción, su mirada reflejaba un sentimiento que siempre me reconfortaba, la paz que transmitía en mi alma era más de lo que yo podría recibir.
Siempre me preguntaba, si yo era lo suficientemente digna para ella.
¡Soy la mejor paladín de la Concejalía! Era lo que mi mente exclamaba cada vez que lo pensaba, usaba mis títulos y hazañas como guerrera para hacerme creer que era digna de tal elfa, aunque siempre me carcomía la conciencia, yo podía recibir esa paz en sus ojos pero ella… ¿Qué recibía de los míos?
Aparte mi mirada de aquellas esmeraldas de paz, voltee mi rostro a su regazo y a su fino vestido de sacerdotisa, no importa a donde íbamos ella siempre usaba algo fino para complementar su aura o por lo menos eso me decía.
Casi siempre desentonábamos las dos, incluso ahora, sus finos atuendos siempre contrastaban con mis simples ropajes, una paladín con pantalones de soldado, una playera negra ajustada junto a una sacerdotisa con elegante ropa, una vez trate de estar en conjunto con ella, le regale una camisa y pantalones con adornos verdes.
Eran algo ajustados y lejos de los finos atuendos que solía usar, pese a ello, no se negó en usarlo aunque solo lo llevo puesto un par de veces. La última vez que la vi puesta con ella fue cuando se encontró con las matriarcas, mi amada era la suma sacerdotisa de la nación por lo que seguramente ellas le explicaron que tenía códigos de vestimenta.
Creo recordar que llegue a discutir con las matriarcas respecto a ese “código” de vestimenta, no quería que mi esposa usara todo el tiempo algo que le impusieron y no tener oportunidad de otra alternativa…
—¿Otra alternativa o solo la tuya? —Una voz se pronunció en mitad del pacífico escenario.
Me levanté de un salto, observando en todas las direcciones en busca del provocador de tal impertinencia.
—¿De verdad existe algún código? —Nuevamente aquella voz se pronunció, pero esta vez la voz se originó en mi espaldar.
—¡FRAWYN! —exclame al darme cuenta donde se encontraba esa voz, gire la cabeza con la esperanza de ver al metiche, pero no encontré a nadie, ni siquiera a mi amada.
Estaba sola en aquella colina, miré por todos lados en busca de alguien, pero no encontré nada, de un momento sentí peso sobre mi cuerpo, baje mi mirada para darme cuenta de que mi playera negra como el resto de mi ropa había sido cambiada por una armadura de paladín.
No comprendía qué estaba pasando.
—La gran general, la más grande deshonra para la nación
—¡CALLATE! —exclamé mientras golpeaba el árbol que anteriormente me había acogido en su sombra junto a mi esposa.
Aquel árbol salió disparado de donde se encontraba llevándose consigo una buena parte de la cima de la colina, gire mi cabeza al lado contrario del impacto, maldiciendo aquel entrometido.
Al cabo de un momento me di cuenta de lo que había hecho a nuestro lugar especial, nuevamente gire mi cuerpo en un intento de observar aquel derrumbado árbol, para mi sorpresa ya no había rastro del impacto ni de la colina, en su lugar solo se encontraba un camino empedrado y a su alrededor varias casas se alzaban.
Consternada, mire con confusión, aquel lugar parecía una ciudad de la Concejalía, pero no podía recordar cuál exactamente, mientras en mi espalda podía sentir como una calurosa presencia se alzaba, mi mente ya estaba empezando a recordar, en ese instante recordé, aquel camino que solía recorrer, aquel calor destructor de mi sangre, aquella desesperación que sentí ese fatídico día.
Resignada me limité a agachar mi cabeza, sabía que me esperaba al voltear, por ello fije mi mirada en aquel camino empedrado que se empezó a iluminar por el fuego que se avivaba a mí atrás.
Los gritos de desesperación inundaron el escenario, a pesar de tener mi mirada limitada, podía distinguir las siluetas de velatianos escapando de lo que acontecía a mi retaguardia, como aquellos que intentaron ayudar ante tal presencia.
—La caída del anterior gran general y el nacimiento de tu desdichada vergüenza.
Tape mis oídos con desesperación no quería escuchar a aquella voz reprocharme sobre mis pecados pasados.
Ese día, la Concejalía perdió a mi padre, y fue la primera vez que vi al tesoro maldito de Paradine.
Mi cuerpo fue rodeado por un profano gas que empezó a carcomer mi armadura, originado por aquel maldito objeto que mi nación resguarda con tanto capricho, los momentos de aquel día pasaron de un momento al otro en gran velocidad, hasta tener al causante de tal barbarie ante mis ojos.
Una esfera oscura como la noche de la cual emanaba un poderoso gas nocivo para la vida, entre todos los grandes tesoros de nuestro salvador, ese consideraba que aquel era el más peligroso, la esencia del padre de las hydras se encontraba en él, la Helena Hydra.
Tras la muerte de mi padre, solo yo podía contener aquella cosa o por lo menos eso me hice creer, apartando mis manos de mis oídos decidí replicar mi accionar de aquel momento. Con mis fuerzas hice presión dentro de la esencia del patriarca de los dragones venenosos, y como aquella vez gaste hasta la última parte de mí para regresarlo a su confinamiento.
Hasta que todo aquel gas procedente de aquella esfera negra regresara a su interior, junto con una pequeña parte de mi ser, el objeto ya no parecía tener energía para realizar el más mínimo acto, al cabo de un momento desapareció junto con el escenario, quedándome sola en la oscuridad.
—Despierta…
Otra vez escuche su melodiosa voz, entre la oscuridad una silueta de luz se hizo presente, trate de acercarme a ella, pero no podía moverme, intente alzar mi mano, pero esta no reaccionaba, solo pude contemplar la figura iluminada de mi amada.
—La paz que ella tanto te anhela dar…
Aquella figura se empezó a acercar hacia mi dirección, y mientras más se aproximaba pude notar como se le agota su luminiscencia, al tenerme de frente, la figura me abrazo y en cuando pude sentir su calidez mi cuerpo pudo reaccionar, devolviéndole el abrazo.
…no es suficiente para alguien como tú.
Su luz se empezó a desvanecer ante la inmensa oscuridad, trate de agarrarla con fuerza, no quería que me dejara sola, pero mientras apretaba ella más se debilitaba y al final me quede sola nuevamente.
—Tú solo deseas luz y amor para ti, Sornrose y solo para ti.
—Callate… —murmure.
—No te importa su procedencia.
—¡CALLATE! - grité con todas mis fuerzas, dando un sobresalto en la cama donde me encontraba.
Consternada Sornrose miró por todas partes, estaba en un dormitorio cubierta por sabanas que le abrigaron en toda su pesadilla.
—Solo fue un mal sueño… —susurro la gran general.
Sornrose se agarró la cabeza con la mano, sentía como su frente se encontraba húmeda, en realidad todo su cuerpo se encontraba sudado, una reacción natural ante tal escenario vivido previamente, suspirando aquella militar decidió buscar un baño para poder limpiarse, por ello procedió a sentarse al filo de la cama donde se encontraba.
Mientras se movía las sabanas que la cubrían se empezaron a caer, mostrando su piel desnuda a la habitación, extrañada se dio cuenta de que no poseía ropaje alguno, era raro, pero decidió no prestarle importancia. Tomando fuerzas se levantó de aquella cama.
Pisando en el proceso una botella, normalmente para cualquier elfo pisar una botella con sus pies descalzos supondría un par de cortes por el vidrio fragmentado, pero para alguien con el cuerpo de la gran general no supondría ninguna herida.
—¿Botella? —murmuro confundida Sornrose.
Mientras trataba de procesar lo sucedido un olor invadió su nariz, era un olor fuerte digno, del más potente perfume para mitigar el mal olor, para su desgracia, no se trataba de algún perfume todo lo contrario.
De pronto la general se dio cuenta de que en su extremo de la cama había varias botellas, tanto en el suelo como en la pequeña mesa de noche que encontraba en su mismo lado, extrañada procedió a encender la lámpara de su mesa de noche, y así gracias a la luz pudo notar su panorama.
Los ojos de la general al estar en la oscuridad no se adaptaron rápidamente ante la presencia de la luz pese a ello pudo notar como esas botellas pertenecían a diferentes marcas de alcohol. También la general se percató de la silueta de una mujer en el otro extremo de la cama, la cual le había observado desde su abrupto despertar.
Avergonzada la general trato de disculparse.
—Fra… Frawyn… pe.. Perdón no quise traer alcohol a nuestro cuarto—Rápidamente empezó a agarrar los fragmentos de la botella que había roto.
No quería que su esposa se cortara o manchara con las botellas, su acompañante solo la miraba incrédula, la general se maldecía en el interior, ella sabía que a su esposa no le gustaba traer alcohol a su recámara. Entre sus maldiciones pensó que esta vez se la dejo pasar, pero al darse cuenta de su abuso de generosidad la hacía sentir fastidio por sí misma.
Para su desgracia la general se percató de una camisa que estaba en el suelo, pensando que era suya decidió agarrarla y usarla como saco para transportar el resto de botellas. Antes de poder juntarlas se dio con la sorpresa de las decoraciones verdes esmeraldas de la misma y mientras su mirada se fijaba más en la prenda, más se daba cuenta de que se trataba de la camisa que le había regalado a su esposa.
—Carajo, ¿tú te lo pusiste por mí? —preguntó la general.
Su acompañante se mantuvo en silencio.
—Mierda… —exclamó mientras soltaba al suelo las botellas que había juntado.
Dándose cuenta de su comportamiento la general decidió sentarse en el extremo de su cama en un intento de calmarse, no quería que su amada Frawyn viera su enojo, un enojo hacia ella misma por haber hecho tantas cosas mal.
Mientras se calmaba noto como su acompañante se movía a su dirección, ya estando cerca agarro el hombro de la general, por su parte esta última se limitó a agachar su cabeza, observando la camisa que tenía entre las manos.
—Perdón… —Se disculpó Sornrose.
Mientras recuperaba la calma, volvió a darse cuenta del rastro de botellas que se encontraban en su lado de la habitación, misma habitación que se encontraba desordenada a tal grado que no parecía la suya…
La general en esos instantes y gracias a la vergüenza e ira que sentía por sí misma hizo que su mente se despejara, dándose cuenta de que ese cuarto no era el suyo, ni siquiera la camisa que sostenía era de su esposa.
Temerosa decidió voltear a ver a su acompañante, su mirada se cruzó con unos ojos marrones, aquellos tenían una mirada que transmitía miedo, incertidumbre y pena.
Sornrose había confundido a una de sus muchas amantes con la verdadera dueña de su corazón, su rostro se llenó de ira, asustando a la pobre elfa que la general había convencido para que le transmitiera el júbilo que tanto necesitaba su corazón, y mientras transcurría la escena una voz resonó en la conciencia de la gran general.
—Tú solo deseas luz y amor para ti Sornrose y solo para ti… no te importa su procedencia.