El jóven caminaba a paso lento por un estrecho sendero de tierra. Rodeado gruesos árboles y plantas silvestres. Un lugar muy poco transitado. Apenas y se podía cruzar por el lugar.
Por el pueblo más cercano, empezó a circular recientemente una leyenda un tanto ridícula. Se decía que entre los árboles de ese lugar habitaba un monstruo. Nadie lo había visto, de echo, nadie sabía de dónde habría surgido tal creencia tan estúpida. Nadie había visto a nadie al dichoso monstruo. Pero, la gente del pueblo afirmaba que, nadie lo había echo, porque no regresaron para contarlo.
Esa era la razón por la que estaba allí. Desmentir el estúpido cuento para niños.
Talvez, fotografiar el lugar para tener recuerdos de la vez estuvo allí. No podía esperar por tener la admiración de todos por su valentía. De burlarse de la cobardía sus amigos, pues, ninguno se atrevió a acompañarlo.
Tenía una pequeña cámara fotográfica entre sus manos, con la que cada tanto paraba y tomaba un par de fotos a la flora y fauna. El bosque estaba un poco oscuro, los árboles eran tan grandes que a duras penas un poco de sol se filtraba entre sus estrechas y frondosas ramas.
No sabía bien a dónde se dirigía, tenía planeado solo dar unas vueltas por ese camino, tomar un par de fotos y volver al auto, volver a casa y presumir de sus azañas en internet. No sabía muy bien a dónde llevaba ese camino, le sorprendió un poco que hubiera uno en primer lugar.
Avanzaba a paso lento, contemplando todo a su paso. A medida que pasaba el tiempo cada vez le parecía más extraño las leyendas que circulaban en torno a ese hermoso lugar. Le tranquilizaba la naturaleza.
Pasadas las horas, el camino siguió hasta una zona donde cada vez eran menos los árboles. El sol pasaba con mayor facilidad, dándole unas tomas hermosas para sus fotografías. Se distrajo con facilidad con unos cuantos insectos que nunca antes había visto. Hasta que un sonido algo peculiar rompió el ambiente silencioso del lugar.
Le pareció escuchar un llanto, sollozos y lamentos. Le provocó un escalofrío. Aunque no tenía miedo. Aún no. Era un lugar demasiado hermoso como para tener miedo.
Caminó en la dirección del sonido. Salió del camino y con dificultad, siguió por el césped y la maleza. A medida que se acercaba el sonido se intensificaba. Los árboles eran cada vez menos, cuando menos lo pensó, estaba casi a sus afueras.
Allí, yacía un árbol de gran tamaño. Grueso y con amplias raíces saliendo ligeramente de entre la tierra.
Bajo su sombra, estaba un hombre. Este cubría su cara con sus manos mientras sollozaba y se lamentaba en voz alta.
Silenciosa e incómodamente se acercó. Preguntándose qué era lo hacía por allí. Aunque no le gustaba juzgar la apariencia de las personas, le pareció un poco extraña la forma de vestir del sujeto. Llevaba una túnica de un aspecto un poco raro y desgastado que lo cubría desde la cabeza hasta los pies.
Se quedó en silencio un momento, mirándolo. Esperaba que este se percatara de su presencia y hablara. Que se quitara las manos de la cara y dejara de llorar talvez. Pero no lo hizo. Ignoró por completo su presencia. No sabía que hacer, era una situación un poco incomoda. Talvez lo mejor sería irse, pensaba. Pero la curiosidad mató al gato.
—Este… ¿Está bien, señor? —preguntó incómodo.
El hombre no respondió. Solo dejó de llorar abruptamente. De echo, ningún sonido salió del hombre después de eso.
El desconocido se giró, quedando de espaldas ante él.
Se arrepintió de haber hecho la pregunta, retrocedió incómodo, sin darse la espalda. Algo le ponía de nervios, como si fuera un sexto sentido, algo en su mente le advertía del peligro.
—No —dijo por fin el sujeto —, Acércate, niño, voy a contarte.
Este dudó, pero obedeció de igual forma. Acercándose apenas tres pasos más.
—No he comido en mucho tiempo —dijo sin agregar nada más.
Se levantó, dejando ver por primera vez las raíces que salían por debajo de su túnica en lugar de piernas, volteó hacia él. Lo miró directamente. Para su horror, el hombre no tenía ojos, solo un vacío del cual salían raíces que se extendían hasta su cabello. En su boca no tenía lengua, solo podía verse oscuridad y más ramas saliendo de esta.
Su expresión era por lo menos, extraña. No parecía vivo, no parecía humano si quiera. En ese momento, su presa apenas se dio cuenta de lo que estaba pasando.
Observó con horror como una gruesa raíz salió del suelo y atrapó su pierna, como una boa a su presa. Trató de soltarse, en pánico, golpeó su cámara repetidas veces contra la planta. Hasta que con éxito logró quitarse una de sus botas. Corrió con una ligera cojera hasta alejarse considerablemente. Descansó bajo un árbol, respiró agitado, con su corazón deseando salir de su pecho aún, con toda la prisa del mundo, volvió a casa. No habló de eso con nadie, no dio explicaciones de dónde perdió su cámara, no quería hablar de nada relacionado al tema.
Se reclamaba a si mismo por ser un cobarde, por huir. Cuando menos lo pensaba, estaba nuevamente en el lugar, con alcohol y un encendedor a la mano. Fue una hermosa escena, el rojo del fuego tomando vida, alimentándose de ese aterrador árbol.
Aunque no esperó que el fuego se extendiera tanto, no dejándole salida, impidiéndole regresar. Tampoco se esperó que las raíces del árbol, aún prendidas fuego lo envolvieran en las brazas, acompañándolas en su cruel destino.