—A veces me pregunto cómo se hubiesen desarrollado las cosas si tan solo te hubieras quedado con nosotros…
La voz resonó en la solitaria habitación iluminada con la tenue luz de la ventana, un hombre agarraba con cuidado un viejo telescopio, las marcas de óxido y rasguños eran notables. Para su propietario solo eran un eco nostálgico.
Una escena que siempre se repite en el ciclo del dolor y recuerdo dentro de la vida de aquel hombre, cada vez que recordaba su pasado los mismos sentimientos y acciones se repetían en un círculo el cual no parecía tener final.
—Es suficiente… —exclamó él apartándose del telescopio.
Se cansó de mirar figuras difuminadas en el antiguo telescopio. Lentamente se dirigió al sofá que lo esperaba en el costado de la habitación, cerró los ojos y lo acogió el abrazo del mundo de los sueños.
—Anderson, ya hablamos de esto —dijo con una voz cansada la profesora Marian.
Los ojos de la mujer se posaron en su alumno "favorito" en ocasiones: una joven promesa de su clase. Cada tanto o mejor dicho, cada vez que se tocaba el tema del espacio, Anderson preguntaba la misma singular cuestión.
—Es verdad, pero mire esto.
El alumno sacó un recorte del periódico que tenía la gran premisa "¡¡Los no muertos de Velat rompen récord de profundidad marina!!".
—Si ellos pudieron soportar el peso del mar significa que "ellos" también —habló con un tono de temor.
La profesora se llevó la mano a la cabeza mientras suspiraba. Anderson era el hijo de un astronauta próximo a una misión espacial; por ello mismo aquel joven siempre presentaba problema tras problema en un intento de evitar que su padre asistiera.
El tema de los no muertos en el espacio era una problemática; a sus ojos, que no tenía una respuesta 100% válida para explicar que de verdad aquellos seres malditos ya no existen, en realidad no era la única que había, pero era la opción más adecuada para su joven mente.
Hace mucho en el pasado, en las primeras pruebas de la carrera espacial se lanzaron no muertos para comprobar la reacción del tejido biológico ante el vacío del cosmos, como también para comprobar el funcionamiento y resistencia de las primeras naves espaciales. Una idea bastante beneficiosa en varios aspectos.
No se ponía en riesgo la vida de un valioso operativo humano ante la gran posibilidad de una explosión en los primeros minutos del lanzamiento, un fallo en el sistema de navegación de la nave o algún percance ante la falta de conocimiento de los efectos del vacío espacial.
La gran mayoría de ellos fueron calcinados al momento de regresar a la tierra, y aquellos que no, simplemente se perdieron en el vacío del espacio hasta ser destruidos. Una declaración dada por los mismos nigromantes al perder la conexión con estos. Pese a ello, siempre a existido el rumor o leyenda urbana de la existencia de no muertos surcando el espacio.
—¡Siempre lo mismo! —exclamó con fastidio Anderson a su madre quien lo miraba con ternura por el espejo del automóvil.
Como de costumbre, la profesora continuó la clase dándole la oportunidad a Anderson de continuar con su habitual cuestionamiento al final de la misma, pero como siempre, la profesora rechazó las pruebas dadas por su joven estudiante con los mismos argumentos de siempre.
—Cariño, tú sabes que no puedes seguir buscando excusas…
—¡Pero mamá! Alguien tiene que detener a papá o si no… podría salir lastimado —dijo con tono triste.
Su madre lo miró con remordimiento. Ella sabía que su hijo tenía muchas preocupaciones, reconocía su pesar en su mirada cada vez que su esposo se iba a sus prácticas. El intento desesperado de su hijo por evitar que siga alejándose de ellos le hacía tener sentimientos encontrados, pero al final tuvo que reprimirlos ya que las cuentas… no se pagan solas.
—¡Papá! —exclamó un niño ingresando a la habitación donde su padre recordaba una escena del pasado gracias al mundo onírico del sueño.
Anderson giró su mirada lentamente hacia su hijo, se llevó la mano al rostro limpiándose el sudor del sueño.
—Lo siento Ben…
Se disculpó mientras se levantaba, arqueando su espalda, sintiendo como sus huesos tronaban. Luego se giró a su hijo.
—No entiendo por qué sigues usando esa cámara vieja —exclamó su hijo.
—Se llama telescopio, Ben, a lo mejor… algun dia te enseño a usarla.
Mientras era llevado a su cuarto de la mano, Anderson pensaba en alguna forma de olvidar todo esto. Siempre miraba al cosmos en busca de algo que jamás llegará: una realidad innegable que sus emociones le hacían florecer.
Para bien o para mal, Anderson se debía conformar con aquella respuesta absoluta. Lejos, muy lejos de allí, a tan solo 2.2 unidades astronómicas, algo podrido y familiar le regresaba la mirada. Aquella conexión inexistente para Anderson pero existente para los ojos malditos del no muerto de su padre.