Zhuthkakh Hosuug estaba vomitando coágulos y sangre. De pie frente a él, a unos 100 metros de distancia, estaba ella, Titania, la reina de Ávalon, quien fuera algo más parecido a una deidad desde su punto de vista tras los últimos eventos. Zhuthkakh ya era antiguo, incluso entre las hadas, pero frente a ella no era más que un recién nacido.
Empezó a realizar una intrincada red de ilusiones. Su cabello, que solía tener un ligero matiz verdoso, se volvió de un níveo blanco y su piel jovial comenzó a dar paso a una decena de arrugas apareciendo en su rostro. Parecía que envejecía milenios con cada exhalación de su agitada y agonizante respiración.
Los que atestiguaban aquellos eventos veían como su cuerpo, que no era más que un desastre sangriento y negruzco que parecía que en cualquier momento iba a vomitar sus propias vísceras, se estaba regenerando rápidamente. Pocos notaron que era más como si su cuerpo mismo retrocediera a un punto donde su cuerpo gozaba de salud, aunque claramente se notaba el paso de los siglos cayendo sobre su rostro.
Esta era una ilusión muy poderosa. Tan poderosa que jamás se había usado en tal magnitud hasta ese punto en la historia. Nadie había tenido la oportunidad de acumular la energía necesaria a su vez de que nadie había tenido el valor o la estupidez de realizar tal acto. No estaba engañando a la reina. No estaba engañando a la gente que los observaba. Ni siquiera se engañaba a sí mismo, ¡Estaba engañando al tiempo! Sacrificó parte de su fuerza vital suficiente para vivir amenamente durante diez mil años para regenerar su cuerpo físico y evitar que su propio espíritu escapara al ciclo de reencarnación como sucede con todas las hadas.
Titania lo observaba perpleja. No creía que Zhuthkakh hubiera llegado a ese nivel en sus cortos 15,000 años de existencia. No obstante, ella estaba segura que incluso si lograba usar ese pequeño milagro cientos de veces más, aún así no podría derrotarla. Lo que ella no sabía, es que había pasado 10 milenios en completa soledad, buscando la forma de derrotarla.
Un enorme dedo gigante incorpóreo empezó a descender de los cielos, cuya inmensa presión que ejercía hizo que Zhuthkakh tuviera una expresión sombría. Sin perder tiempo saca una piedra con un grabado rúnico celestial de su bolsillo y muerde su lengua, derramando sobre ella suficiente sangre como para que comenzara a perder el equilibrio. Las fisuras en su espíritu finalmente ceden, y al momento de su fractura, una décima parte de los pedazos es absorbida por la runa, emitiendo una ominosa aura que delataba algo primigenio. Algo antiguo. Algo iracundo.
Un enorme círculo de invocación aparece alrededor de Zhuthkakh del cual un poderoso dragón espiritual del rayo emerge emitiendo un rugido que hizo temblar la tierra, mirando con ira el dedo que estaba desquebrajando los cielos, su dominio. Una onda de choque derribó a un lado a Zhuthkakh, quien desde el suelo solo pudo observar como el dragón destrozaba el dedo que estaba en el cielo.
Titania siente que un ligero sudor frío recorre su cuerpo. Sabía que ese ser espiritual era muy poderoso, pero no esperaba que ya tuviera el alma de un dragón adulto. Tras acabar con el dedo, la bestia entonces cambia su rumbo, dirigiéndose ferozmente contra Titania, soltando de nuevo ese rugido que estremecía el cielo y la tierra, desatando furia eléctrica desde el cielo hacia la monarca.
—Que tu energía se disipe y vuelvas a la no existencia, ¡Retorno de origen! –Dice Titania de manera simple pero con una voz fría como el ahora gélido Plano de la Blanca mientras una palma gigantesca incorpórea aparece frente a ella.
La colosal mano etérea entonces empieza a cargar directo al dragón, mismo que ahora retrocedía tratando de huir desesperadamente. No tardó mucho en ser alcanzado y su cuerpo se empezó a disipar en partículas de luz y oscuridad, dejando escapar un rugido de dolor.
La runa que estaba tallada en la piedra de Zhuthkakh se empieza a agrietar mientras absorbe al moribundo dragón espiritual del rayo. El ahora cano Zhuthkakh notaba que su ya malherido espíritu, al cual ha tratado más como una fuente de poder desechable que como su ser, sufre más daño, pero no iba a dejar que la runa ligada a sus cuerpos metafísicos se disipe, empezó a resistir mientras la sangre salía por la comisura de sus labios.
La tormenta que se había conjurado en el cielo seguía aún activa, dejando caer una cantidad absurda de rayos sobre Titania como si cargara con la voluntad misma del dragón, antes de comenzar a disiparse. Contra todo pronóstico, había logrado herirla por primera vez en el combate.
Una expresión de alivio aparece en el rostro de Zhuthkakh. Había logrado lo que ahora se pensaba inimaginable. Titania, la maldita dictadora de las hadas sangraba.
—¡Reina Titania, cumple la promesa que hiciste con este anciano! ¡Déjame ir junto con el resto de detractores de tu mandato! ¡No volveremos a Ávalon!
—¿Crees que te dejaré escapar tan fácil, Zhuthkakh Hoosug? Eres un simple niño y te haces llamar anciano, ni siquiera tienes 50,000 años. —le respondió con un leve tono burlón al hada maltrecha ante ella.
—¿Acaso la, oh, todopoderosa reina romperá su palabra? —Le grita en respuesta Zhuthkakh en un tono indignado delatando toda la frustración que tenía dentro. Sabía que si ella quisiera podría matarlo con un solo movimiento de su mano. Toda esta batalla no era nada más que un juego para ella, una mera distracción que esperaba que funcionara. Pero en este punto ya estaba harto de solo jugara con él y le subestimara, que las palabras simplemente salieron de manera tan natural como cuando el sol sale al alba.
—Jamás prometí algo que no haría. Sabes las condiciones del trato. Debes volver cada 100 años, como toda hada que ha vivido, vive y vivirá en el exterior con mi bendición y permiso. —Dijo con un falso tono maternal.
—No volveré a pisar este fragmento arrancado de la realidad… —Dijo amargamente Zhuthkakh.
Una arboleda a cientos de metros, milagrosamente seguía en pie. Es entonces cuando la ilusión que puso Zhuthkakh acaba, revelando que esos árboles no existían, sino que bajo ese disfraz un pequeño ejército de hadas esperaba una señal. Titania voltea a ver un poco sorprendida. Ni siquiera había notado que el grupo de hadas disidentes estaban tan cerca de ella, no esperaba que Zhuthkakh lograra hacer una ilusión de ese calibre.
Titania observó con esos ojos antiguos, inmutables, que parecían contener la eternidad misma. El silencio reinaba el lugar, el cual solo era roto por el eco lejano de los truenos que aún resonaban después del ataque del dragón. Zhuthkakh permanecía de pie tembloroso, con el cuerpo al borde del colapso. Cada respiración hacía que sus pulmones ardieran, y la sensación de desesperación lo envolvía como una sombra. Sin embargo, no apartó la vista de la reina. Después de todo, si se relajaba, podría morir sin notarlo.
Entonces, con manos temblorosas, sacó una flauta de hueso de su túnica y la llevó a su boca. Un sonido primitivo, profundo, cargado de un lamento ancestral, comenzó a emerger. No era una simple melodía, sino un llamado, una invitación a la divinidad, notas y ritmos de más allá del mar.
La flauta resonaba por todo el campo de batalla, cada nota era un eco de antiguas ceremonias olvidadas por los mortales, conocimiento que había sido diluido por el paso de los milenios. Con cada soplido, el cuerpo de Zhuthkakh se volvía más frágil, sus cuerpos metafísicos más etéreos. Tras un último y prolongado suspiro, alzó la flauta sobre su cabeza y la estrelló contra el suelo, esparciendo sus fragmentos, provocando una ola de energía intensa y continua expandiéndose en todas direcciones.
Es entonces que cada uno de los insurgentes sacan un tecpatl, un cuchillo ceremonial de pedernal, y sin dudarlo un instante, se apuñalan a sí mismos en la parte inferior del abdomen, debajo del ombligo, región dónde se decía que residía el aliento vital. Simultáneamente Zuthkakh saca otro tesoro místico de su bolsillo. Un espejo de obsidiana con adornos de oro que media al menos dos palmos, que exudaba energía divina. Y el humo negro que comenzaba a salir de él parecía devorarlo todo en las tinieblas.
—¡Oh, Gran Tezcatlipoca! ¡Señor de la Noche! ¡Aquél que encarna el Norte y la Providencia! ¡Aquél que otorga bien y mal a los mortales! ¡Qué tus sombras desciendan sobre el mundo y castiguen a los pecadores! —Dice Zuthkakh en una lengua desconocida para la mayor parte de los que se habían convertido en espectadores de un espectáculo de destrucción y poder, tras lo cual saca su propio cuchillo ceremonial, más finamente adornado que los de sus compañeros, y se lo clava en el corazón, soltando un doloroso grito que resonaba en el páramo en que se había convertido el campo de batalla, mientras la energía expulsada regresaba a él implosionando con furia.
Por primera vez en todo este festival de sangre y poderes ancestrales, se vislumbra una emoción en el rostro de Titania, quien permitía la ejecución de este inusual ritual. Definitivamente no era miedo. Era más sorpresa con un leve matiz de diversión. No creía que realmente fuese a invocar una deidad superior durante una pelea, sobre todo una de la que estaba segura de que estaba muy ocupada en la gran teomaquia que sucedía en el continente al otro lado del mar.
Todo Ávalon empieza a oscurecer. El sol brillante y fecundo que bañaba a Ávalon empieza a ser engullido por el humo oscuro que parece empezar a devorar todo a su alrededor como el fuego a las hojas secas tras un despiadado verano. Es entonces que Titania, colérica, empieza a realizar un canto en su lengua madre, la cual era tan antigua como ella.
—Akkad, espíritu divino del pájaro bermellón, ¡Sométete ante tu dueña! –Una gran nube anaranjada empieza a surgir en el cielo, devorando los truenos de energía espiritual residuales
Una risa arcaica que resuena con la antigüedad de eras pasada se escucha por el lugar mientras las sombras y el humo empiezan a formar un cuerpo vagamente humanoide en el sitio donde Zuthkakh se encontraba hace pocos instantes. Sitio donde finalmente una extraña figura, masculina y viril, de piel oscura y con exquisitos adornos de jade, turquesa y oro se consolida frente a la soberana.
—Titania… Reina de Ávalon y Esposa de Oberón. Aquellos que se han autoproclamado dioses. ¿Qué los hace diferente de esos payasos del Olimpo?
—La diferencia es que yo si tengo el poder, “señor de la noche”. El Otro de la Oscuridad se ha de reír de tí cuando escucha tu título.
Una carcajada macabra y sobrenatural empieza a resonar de nuevo en el lugar. La entidad explotó en un humo que pronto formó una gruesa nube que se esparcía estrepitosamente por todo el páramo, engullendo todo en oscuridad, misma que detiene su avance cuando Titania movió un dedo, movimiento el cuál aquella nube brillante y naranja como el fuego con el espíritu divino del pájaro bermellón en su interior entendió como una orden para avanzar.
Mientras tanto, en algún lugar lejano de la batalla, Oberón se percató de que aquel “mediocre sombrío” decidió hacer de sus dominios, de su tierra sagrada, una tumba para sí mismo. Su vuelo de calma furiosa comenzaba a distorsionar el espacio mientras aceleraba su avance hacia la fuente de todo este triste circo.
—Descendí porque tus chiquillos me ofrecieron su preciosa sangre. Pero dime, ¿Realmente quieres traer una teomaquia a estas tierras sobre las presumes tener control total por unos cuantos mortales que ya se fueron? —Grita Tezcatlipoca a Titania mientras ve la nube que está terminando de formarse
—Largo. No lo diré una vez más. — Dice la monarca en un tono bastante severo.
Titania observa a su alrededor, se da cuenta de que aquellos detractores, al menos los sobrevivientes, escaparon mientras estaba deteniendo a Tezcatlipoca encarnado. Algo frustrada, ve con rabia al dios extranjero mientras extiende su mano señalándolo con su dedo índice.
—Que mi divinidad incinere tu cuerpo hasta las cenizas, que tu cuerpo sea borrado y olvidado por el origen ¡Desciende al vacío!
Se escucha nuevamente una risa fantasmal, mientras el humo se expande explosivamente, comenzándose a disipar. Tezcatlipoca ya había cumplido con su parte del trato y no planeaba quedarse más tiempo de todos modos. Mientras, poco a poco el humo cedía y dejaba ver la claridad del cielo y en este a Oberón quien recién llegaba, descendiendo firmemente junto a su reina. No había rastro de Zhuthkakh. Tampoco de Tezcatlipoca. Solo los vestigios del encuentro.
—¿Cómo lograron invocar a un dios mayor del otro lado del mar? – Pregunta Oberón, más curioso que consternado. Ni una pizca de preocupación en su voz.
—Ni yo misma lo sé. Y siendo sincera no me interesa. — Dice Titania fastidiada. Tras una pausa, una sutil, casi imperceptible sonrisa se dejó ver, continuando en un tono neutral, aunque casi condescendiente. —Déjalos ser. Verás que tarde o temprano volverán. Arrastrándose…